El Señor del Terror vuelve en Diablo II: Resurrected acompañado por un bagaje cósmico de milenios que se extiende a lo largo de un sinfín de reinos, libros y juegos. Para ayudaros a comprender mejor el estado de Santuario al comienzo de vuestra aventura, hemos recopilado una breve cronología de la pugna entre los Altos Cielos y los Infiernos Abrasadores y los sucesos desencadenados por ella.
Seguid leyendo para revivir la historia de Diablo antes de embarcaros en la aventura de Diablo II: Resurrected.
El Conflicto Eterno
Desde el principio de todo, la luz y la oscuridad entablaron una guerra perpetua llamada el Conflicto Eterno, en la que el control sobre la creación era la recompensa. A un lado se encontraban los ángeles de los Altos Cielos, un grupo de guerreros dirigidos por el Consejo de los Arcángeles de Angiris que creían que solo el orden absoluto podía gobernar los reinos; al otro, los demoníacos moradores de los Infiernos Abrasadores, gobernados por los demonios mayores, Diablo, Baal y Mefisto, quienes afirmaban que el caos y la oscuridad ocupaban el centro de todas las cosas.
A despecho de la duración y la magnitud inmensa de las batallas entre las dos facciones, ninguna de ellas lograba imponerse a la otra durante mucho tiempo. El arcángel Inarius, agotado por la interminable guerra entre el cielo y el infierno, se propuso crear un mundo pacífico, ajeno a la lucha que durante tanto tiempo había consumido ambos reinos. Con este fin, unió sus fuerzas con las de la demonio Lilith, Hija del Odio, y comenzó a reunir a los ángeles y los demonios que simpatizaban con su causa para crear el reino mortal de Santuario. Inarius utilizó la Piedra del Mundo, un poderoso artefacto que las dos facciones se disputaban desde hacía mucho tiempo, para ocultar Santuario de los inquisitivos ojos del cielo y el infierno.
Los disidentes angelicales y demoníacos de Santuario engendraron a los ancestros de la humanidad: los nephalem. Pero, cuando se descubrió que el poder de estas entidades podía eclipsar al de sus creadores, algunos comenzaron a temer que su fuerza captase la atención de los Altos Cielos y los Infiernos Abrasadores. Cuando Inarius partió para meditar sobre esta revelación en soledad, Lilith, temiendo por la seguridad de sus hijos, atacó Santuario y sacrificó cada ángel y cada demonio que había en el reino. Inarius se vio obligado a desterrarla al Vacío y a manipular el poder de la Piedra del Mundo para recortar el poder de los nephalem. Así, cada generación se fue volviendo más débil y más efímera hasta que terminaron transformándose en una raza de mortales que apenas recordaba nada sobre sus antepasados.
La Guerra del Pecado
Durante algún tiempo, la humanidad llevó una existencia pacífica en Santuario, pero, como sucede con todas las cosas buenas, esta situación no duró demasiado. Los señores de los Infiernos Abrasadores encontraron el reino mortal que hasta entonces había permanecido oculto, con lo que dio comienzo la gran Guerra del Pecado. Inarius hizo frente a las fuerzas del infierno, y cada uno de los dos bandos recurrió a la coerción sutil y la manipulación para atraer a los humanos a su lado. Ambos querían controlar a la humanidad: los demonios para utilizar a los habitantes mortales de Santuario como arma en el Conflicto Eterno, mientras que Inarius aspiraba a mantener el control del mundo perfecto que había creado.
Para aumentar su influencia sobre la humanidad, los demonios mayores de los Infiernos Abrasadores fundaron el Templo de la Tríade. Se trataba de una iglesia formada por tres ramas dedicadas, sin que lo supieran los mortales, a rendir culto a los alter ego de los tres demonios mayores: Mefis, Dialon y Bala. Poco a poco, de manera sutil, la Tríade comenzó a atraer a la humanidad al lado del pecado y, a medida que pasaban los años y crecía su número, el influjo de los demonios mayores fue aumentando sin que nadie pudiera impedirlo. En un intento de combatir el creciente poder de la Tríade, Inarius adoptó la semblanza del «Profeta» y erigió la Catedral de la Luz, donde se defendían los principios de los Altos Cielos.
Las tablas entre la luz y la oscuridad se mantuvieron en Santuario tal como lo habían hecho en el cielo y el infierno. Tanto la Tríade como la Catedral de la Luz se dedicaron a predicar sus respectivos evangelios por toda la tierra y fueron captando seguidores en gran número hasta que su partida de ajedrez se vio trastocada por el regreso de la madre primigenia de la humanidad: Lilith.
Lilith debilitó las inhibiciones que había impuesto Inarius a la Piedra del Mundo, lo que permitió a los nephalem recuperar sus antiguos poderes. A continuación, manipuló a un granjero, Uldyssian ul-Diomed, para conseguir que utilizara como armas los poderes de nephalem que acababa de recuperar. Uldyssian lideró a los demás nephalem en una revuelta contra la Tríade y la Catedral de la Luz, y siguió manipulando la Piedra del Mundo para amplificar los poderes sobrenaturales de los nephalem, pero, al hacerlo, captó la atención de los Altos Cielos. Así estalló una guerra a tres bandas, que solo terminó cuando Inarius volvió a desterrar a Lilith al Vacío y Uldyssian comprendió que los nephalem, si nadie los controlaba, podían provocar la ruina de todo Santuario. Por tanto, se sacrificó para suprimir una vez más el poder de la Piedra del Mundo, lo que volvió a dejar a los nephalem sin sus habilidades.
Después de su sacrificio, el Consejo de Angiris se reunió con Mefisto para decidir el destino de Santuario. Tras largas conversaciones, los dos bandos de la Guerra del Pecado llegaron a un acuerdo: a cambio de que Inarius quedara encerrado a perpetuidad en los Infiernos Abrasadores bajo el control de Mefisto, el cielo y el infierno no intervendrían en los asuntos de Santuario y permitirían que las futuras generaciones de la humanidad decidieran por sí solas, sin interferencia alguna, si preferían recorrer la senda de la oscuridad o la de la luz. Los recuerdos que conservaba la humanidad sobre la Guerra del Pecado y los ángeles y demonios que habían caminado un día a su lado se borraron, y todo lo que había sucedido se fue perdiendo poco a poco en la niebla de la historia.
El Exilio Oscuro y los Horadrim
El acuerdo alcanzado por Mefisto con el Consejo de Angiris provocó la ira de los cuatro demonios menores de los Infiernos Abrasadores, quienes comenzaron a cuestionar la autoridad de los demonios mayores. Convencidos de que los tres no eran dignos de continuar la guerra contra los Altos Cielos, llevaron a cabo un levantamiento que consumió la totalidad del infierno. Los demonios menores salieron victoriosos y expulsaron a sus rivales al reino de los mortales. Mefisto, Diablo y Baal llegaron así a Santuario, cuyas tierras orientales asolaron durante décadas, dejando tras de sí un reguero de caos y sufrimiento inmensos. Finalmente, Tyrael, Arcángel de la Justicia, reparó en su presencia y, para combatirlos, decidió formar a los Horadrim, una orden de poderosos magos consagrados a la destrucción de los señores demoníacos. Los Horadrim persiguieron al trío por todo Santuario armados con las piedras de alma creadas por Tyrael a partir de los fragmentos de la Piedra del Mundo, que poseían el poder de aprisionar a los demonios mayores.
Los Horadrim consiguieron capturar a dos de los tres señores demoníacos con las piedras de alma y los encerraron. Tras una larga persecución, Jered Caín y los demás Horadrim encerraron con su piedra de alma al último de los demonios, Diablo, debajo de la Catedral de Tristán. Conjurada la amenaza de los demonios mayores y cumplida la misión que les había encomendado Tyrael, la orden de los Horadrim fue disolviéndose poco a poco. Una vez más, el pueblo de Santuario conoció la paz.
La Caída de Tristán
Años después, llegó a Tristán un rey muy querido llamado Leoric, decidido a hacer de esta tierra el centro de su poder. Sin que él lo supiera, la piedra de alma que había quedado encerrada bajo la catedral había sido corrompida por el poder de Diablo con el paso del tiempo. El arzobispo Lazarus, consejero de Leoric, comenzó a sentirse atraído por la piedra de alma y la energía que emanaba. Diablo corrompió a Lazarus y lo obligó a liberar su debilitado espíritu. Para poder volver a manifestarse, buscó un cuerpo mortal capaz de albergar su efímero ser; al principio trató de utilizar a Leoric, pero fue incapaz de dominarlo del todo y no logró más que convertir al rey en una sombra enloquecida y ausente de su yo anterior.
Diablo se volvió entonces hacia el hijo de Leoric, el príncipe Albrecht. El demonio obligó a Lazarus a incrustarle la piedra de alma en la frente para así poder hacerse con el control de su cuerpo. Leoric, enloquecido por los fallidos intentos de Diablo de poseerlo, acusó al pueblo de Tristán de estar detrás de la desaparición de su hijo y comenzó a ejecutar a todos aquellos a los que creía culpables. A los caballeros de Leoric no les quedó más remedio que quitarle la vida a su rey, y Tristán quedó sin señor ni heredero para hacer frente a la oscuridad que se cernía sobre ella.
Aprovechándose de esta incertidumbre, Lazarus convenció al pueblo de Tristán de que acudiera al rescate del príncipe Albrecht en las catacumbas situadas debajo de la catedral. Los ciudadanos se congregaron en gran número, pero las mentiras de Lazarus los llevaron a una muerte atroz a manos del monstruoso Carnicero. Diablo, alimentado por estos sacrificios, aumentó su poder y comenzó a invocar demonios para sembrar el terror en la campiña mientras seguía recobrando las fuerzas para rescatar a Baal y Mefisto de sus respectivas prisiones.
Entonces, en medio de la oscuridad, surgió un héroe inesperado, uno de los muchos que había llegado a Tristán para acabar con la plaga de los demonios. Se adentró en las laberínticas entrañas de la catedral, donde se dedicó a masacrar demonios y a investigar los siniestros planes de Diablo antes de verse las caras con el propio demonio mayor. El héroe salió triunfante ante Diablo, pero se vio obligado a incrustarse la piedra de alma en la frente para contener de nuevo al Señor del Terror.
El regreso del mal
Aunque había derrotado a Diablo, el poder de la piedra de alma era demasiado para él. Reducido prácticamente a un cascarón que solo servía para albergar el espíritu de Diablo, adoptó la identidad del vagabundo oscuro y emprendió un viaje hacia el este.
Así, a la estela de la destrucción, es como comienza la historia de un nuevo y modesto héroe: vuestra historia. Embarcaos si os atrevéis en un viaje hacia las asfixiantes tinieblas de Santuario, donde desvelaréis los misterios del vagabundo oscuro y descubriréis el destino de los demonios mayores.
El Señor del Terror regresa el 23 de septiembre. Vivid una historia épica narrada a lo largo de cinco actos distintos, desatad el infierno con una de las siete clases únicas del juego y abríos paso ente hordas de bestias demoníacas y abominables muertos vivientes para desvelar la suerte de los demonios mayores.
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